Wednesday, October 29, 2025

 He oído decir a uno que se confiesa artista que ahora que es adulto se dedica a hacer reales sus sueños infantiles. Lo dice como si fuera su mayor logro en la vida y con la intención clara de suscitar envidia o al menos admiración. Evidentemente es un artista o por lo menos vive de alguna clase de arte. No tengo ninguna duda de que su tarea se basa en una actitud muy positiva ante la vida y es muy gratificante para él. Debe tener una lista de sueños en la que va punteando uno por uno cada sueño realizado. Quizá tenga una escala de progreso de varios a la vez con lo que entablará una pequeña competición muy estimulante entre los alcances de unos sueños y otros. Una vida emocionante. Aunque lo más probable es que se dedique a la pintura o a la música y cada cuadro o composición sea un sueño de su razón. Sin embargo no se viste como un artista: ni lleva una gorra extraña ni tirantes, sólo lleva un pendiente de la oreja que parece un crucifijo.

Mientras pensaba en esto he intentado inventariar mis sueños infantiles y no he conseguido recordar ninguno. Es más, ni siquiera creo que pueda indentificarlos entre otros recuerdos. No creo que uno de mis sueños fuera ser futbolista porque era patoso y carecía de espíritu competitivo, ni bombero porque nunca vi desfilar el tópico camión rojo por la calle hasta ser ya mayor. Tampoco es probable que quisiera ser artista porque la mejor pintura que disfruté en la infancia fueron los almanaques con cuadros de Julio Romero o los cromos enmarcados en estuco que mi madre compró en lote completo a un vendedor que los llevaba a la espalda en grandes paquetes. Eran escenas bucólicas que se desarrollaban en jardines con esculturas y columnatas y las damas llevaban amplios vestidos y abanicos con los que se aventaban sus caritas rosadas. Todas tenían los ojos azules a juego con sus vestidos o con el cielo y lucían complicados moños de pelo gris en la nuca. A veces, los caballeros estaban en otro cuadro persiguiendo a caballo algún ciervo ayudados de sus perros. Llevaban pantalones muy ceñidos, botas altas de cuero bruñido y casacas rojas o azules y tricornios negros. Estaba claro que las damas no les esperaban con impaciencia porque se entregaban en los claros del jardín a juegos muy edificantes como la gallina ciega o el columpio. Ya llegarían los caballeros al acabar la caza como seguramente estaba pactado. En algunas escenas, el caballero se apoyaba en una columna neoclásica mientras requebraba claramente a una dama que fingía rubor. En estos casos la dama era rubia. Nunca había sirvientes que se ocupasen de tareas de su oficio; se ve que no eran necesarios o simplemente no existían en aquel mundo.

La música que más oí fue la sintonía del diario hablado de Radio Nacional y la canción española que sonaba como una consigna más entre la sordera de la comunicación de aquellos tiempos. Igual que las sesiones de discos dedicados a niños que habían hecho su primera comunión o a adultos que habían salido con éxito de alguna operación, quirúrgica, claro.

La escultura más sobresaliente que formaba parte del consumo espiritual era un toro de fieltro ensartado de banderillas con los colores nacionales y una bailarina flamenca con bata de lunares y pelo y ojos negrísimos como el toro. Tenían ambos su residencia al principio sobre la radio de válvulas y luego sobre el televisor cuando ya lo hubo, sobre un pañito bordado como un ruedo en el que se ignoraban paradójicamente uno y otra. Ni el toro embestía a la bailarina pese a ir vestida de rojo ni la bailarina mostraba temor a la amenaza del toro.

De otras artes como la literatura hubo algunos ejemplos como una edición de cuentos de Calleja, alguna enciclopedia y más tarde otros libros más relacionados con la escuela que con la literatura. Hubo un libro algún tiempo que mi padre, a veces en voz alta, leía por cuadernillos y que apilaba y cosía en un pequeño artilugio de madera que luego resultó ser un buen tomo de aventuras de un tal Diego Lucientes o Corrientes y de un torero que llevaba traje de luces, cosa que no me podía imaginar cómo fuese aquello, pues pensaba que se romperían todas las bombillas a la mínima briega con el toro. El universo decadente de Carmen la de Ronda, el pasodoble El relicario y Manuel Benítez, El cordobés.

Con este panorama, ¿cómo podría tener sueños?. Aunque, bien pensado, a lo mejor mis sueños eran esto.

 A Chema

There is a house in New Orleans
They call the Rising Sun
It's been the ruin of many a poor girl
And me, Oh Lord! was one




Nueva orleans, la ciudad de Louis Armstrong y Tennessy Williams, la ciudad de Canal Street  al borde del Mississipi, el de las vidas y obras de  Huck Finn y Tom Sawyer… y del Katrina.  La ciudad de los mil colores, raza, y culturas.
¿Pero, qué le pasó a aquella chica del prostíbulo o casa de juego de Nueva Orleáns? Por qué tuvo que irse  de su casa a aquella ciudad  a buscarse la vida?  Seguro que su padre era un borracho y no podía mantener a su familia. Solo tenía dos hijas. A lo mejor ese era el problema para él. No tener un hijo machote al que enseñar a lanzar pelotas de béisbol. ¿qué iba a hace él con dos hijas inútiles el tiempos de dura crisis, desempleo y hambruna hasta para los blancos? Así que la chica dejó la casa con los pantalones vaqueros nuevos que le cosió su madre y se fue a trabajar en lo que sólo las mujeres como ella podían hacerlo. En alguna visita a casa su madre y su hermana le decían que se alejara de aquella casa, que era la única manera de librarse  de apostadores y borrachos. Pero  quizá no eran muy diferentes de su propio padre, así que, aunque se arrepiente de haber elegido aquella vida vuelve en el tren a la casa de Nueva Orleans  a arrastrar la bola con la cadena, como ella dice. ¿Pero acaso pudo elegir? ¿Qué había en Nueva Orleáns para ella que no fuera The rising sun?
Nadie tiene realmente muchas opciones.  No se puede elegir nunca entre ser rico o pobre,  guapa o fea,  de izquierdas o de derechas.
Todo el mundo en Nueva Orleans sabe que  la verdadera House of the Rising Sun estaba en la calle St. Louis , y que su nombre se debe a la madame que regentaba el local, Marianne Le Soleil Levant, cuyo apellido francés equivale en inglés a "The Rising Sun" y por eso puso ese nombre a la casa. Pero nadie sabe  como se llamaba  el autor de la canción ni menos el de la chica que la protagoniza y que seguramente la cantó ella misma más de una vez. En realidad  la cantó todas las noches durante algunos años ya en  su madurez como una concesión de la madame a sus servicios prestados en sus mejores tiempos    hasta que al final acabaron abucheándola, cansados los hombres de oir la misma historia. Una historia de la que ellos mismos habían sido personajes secundarios, cosa  que ya no querían reconocer y  se acababan desentendiendo, sin  querer darse cuenta de que eran ya tan maduros como ella y las otras jóvenes les miraban con asco en la habitación. Ella, al terminar su canción  los miraría con pena, sentiría más pena de ellos que de sí misma y saldría del pequeño escenario haciendo un gesto de dignidad irguiendo el pecho y echándose la punta del echarpe sobre el hombro. Si a ella no le quedaba más oficio que  para cantar su número cada noche , a ellos tampoco les quedaba mucho más que escucharlo aunque abuchearan al final.  
Pero cómo  terminó la historia? Algunas historias no terminan.  Son siempre la misma historia y cuando a alguien se le ocurre un final solo le sirve para hacer una película como Prety woman o algo así pero en la realidad no existe un final.  La chica ya madura regresa a la Casa del Sol Naciente y la madame le dice, chica ya sabía yo que volverías, que no te quedarías mucho tiempo en tu pueblo, aquel no es ambiente para una chica como tú, vuelve a tu antigua habitación, descansa que mañana te espera una dura tarea, que hay muchos que han preguntado por ti porque solo quieren estar contigo. Mentira. Cada vez menos. Hasta que algunos días nadie la buscó y luego algunas semanas enteras hasta que la madame le insinuó que era una carga para la casa del sol naciente. Ya no puedes ni cantar tu historia, mon amour, se han cansado de oir tus lamentos y además creo que les haces sentirse culpables de algo ma  petite fille. Pero ¿adónde ir? Solo la calle está abierta para chicas como ella, solo el arroyo.
En esta foto aparece la fuente que construí en mi jardín. Con una maceta, una teja , cuatro piedras volcánicas y una bomba. Fábula de fuentes llama Jorge Guillén a la infanciay luego glosa el verso García Lorca en Tu infancia en mentón:
Tiempo en profundidad: está en jardines. 

Mira cómo se posa. Ya se ahonda. 

Ya es tuyo su interior. ¡Qué trasparencia 

de muchas tardes, para siempre juntas! 

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

Es que a mí , cuando era niño, lo que más me sorprendía cuando visitaba a mis tíos y abuelos en los cortijos de la sierra de Segura era ver fuentes por el campo, fuentes cuidadas por los que pasaban, frescas y limpias donde todo el mundo podía beber y donde se saludaba la gente y, como obligadamente bebían agua mientras se intercambiaban palabras de cortesía y circunstancias. Se preguntaba por los enfermos y por los ausentes, que normalmente estaban en Barcelona o Palmas, que es como llamaban a Palma de Mallorca. Luego se despedían también cortésmente y si eran desconocidos se llamaban entre sí hermano o hermana si eran mayores. Todas las fuentes estaban redadas de árboles y al borde de los caminos. En las más castizas el agua  del venero se recogía  mediante una teja como en mi fuente o se le adaptaba una caña o un tubo. La teja vertía el agua en un tronco ahuecado al efecto para que bebieran las bestias de carga y a veces eso tronco se vertía en otro más puesto sobre piedras grandes  de manera desigual adaptándose  al terreno. Las que había construido el gobierno estaban al borde de las carreteras porque aparecieron con la obra. Eran de piedra y cemento y tenían un caño de bronce y un pilar grande y alto. Muchas tenían  una placa en relieve con el distintivo del organismo oficial que las construyó, generalmente algo parecido a un hacha  y un  martillo rodeados de brotes de olivo, eso en pleno franquismo. Tengo desde hace más de veinte años como llavero  una medalla de bronce  que le dieron a mi padre por ser guarda forestal y lleva ese logotipo. Cómo no me voy a acordar.  Eran carreteras de tierra y algunas fuentes se mantuvieron al recubrirlas de asfalto muchos más tarde. Todavía cuando me encuentro alguna me gusta pararme y beber agua, pero cada vez es más difícil por el tráfico. Los patricios y emperadores romanos y los reyes y nobles  castellanos también ponían sus escudos y placas conmemorativas. Carlos V hizo construir una en Segura de la Sierra, un pueblo frente al mío. Durante la Segunda República se construían de ladrillo visto con perfiles y lóbulos sencillos pero sólidos y algunas tienen como un atrio con bancos de la misma obra para sentarse en semicírculo y pasar la tarde de charla. Naturalmente, cuando vi los lavaderos públicos de Parcent y de Belreguart, creo que era y otro en un pueblo  al pie del Cavall verd me recordaron aquellas fuentes y aquellos tiempos aunque eran lavaderos municipales, fuentes de pueblo y no fuentes del campo, sin dueño  ni autor.  Eran los tiempos en que a nivel de comunidad o individualmente  había una idea de lo público como algo bueno para todos, respetable por  socialmente útil.  Lo público socializa y la sociedad es gracias a lo público. ¿Por qué es tan difícil de entender para algunos? Hasta una humilde fuente del campo nos puede explicar la historia y por tanto qué somos y de donde venimos y algunos la quieren borrar para confundirnos o hacernos ignorantes. Quieren borrar dos mll años de pensamiento , de memoria colectiva. Ellos son los ignorantes. En fin, que me hice una fuente porque estaba obligado a ello, no porque soy un caprichoso. Yo sé quien soy y de donde vengo y por qué hago las cosas. 

 



Cuando yo tenía 10 años o más  mis padres me llevaron a Barcelona , a la clinica del  doctor Barraquer, un oftalmólogo que fue muy famoso en su día. Salimos al día siguiente de su muerte, que nos enteramos por la radio el día anterior pero no se podia anular un proyecto tan importante que llevó meses de planificación. Fuimos en tren uno de aquellos verdes con asientos azules de plástico, pasillos y compartimentos forrados de madera y ventanillas levadizas con asideros de bronce y tardamos día y medio. Antes, hasta Alcázar fuimos en tercera clase, en un vagón con bancos de listones de madera marnizada y sus plataformas al aire libre.  En alguna parada mi madre compró por la ventanilla una botella de gaseosa pero le dieron agua con gas  y como no la había bebido nunca y no tenía azúcar le supo mal y la tiró pensando que estaba mala o  que la habían engañado. Esto lo comprendí mucho tiempo después pero me quedé sin mi gasesosa. También conocí en aquel viaje los quesitos en porciones, que llevaban unos emigrantes a Francia y me dieron uno. Me pareció delicioso, suave, todo crema y con una sabor exótico. Viajábamos con una cesta de mimbre que mi padre compró al efecto, llena de jamón, queso, tortilla de patatas y pan y todo lo que se puediera necesitar sin tener que comprarlo. Pero era más o menos la comida de siempre.   Después, quizá en Alcázar conocí el queso de bola, forrado de una capa de cera roja, muy atractiva y de un amarillo anaranjado seductor.

La estación de Francia. Aquello sí que era una estación, aqunque más parecía una ciudad entera donde solo vivían trenes casi siempre parados y la gente se movía como las hormigas en chorros bastante desordenados.  En la Barceloneta nos alojamos en una pensión. Se veía el puerto y buena parte de lo que mi padre decía que era un barco, pero yo no lo creí del todo porque parecía un edificio más, de los más altos, aunque demasiado blanco en relación a los otros. Mi padre compró un coco y no pudo romperlo sino cascándolo en el quicio de la puerta, que era enorme, como las de las posadas del siglo XIX. Al romperse, el agua del coco resultó ser verdosa y hubo que tirarlo. En un bazar de al lado  me compraron mi primer  reloj, precioso, dorado  y con pulsera de cuero marrón. Les presioné mucho para que me lo compraran  y siempre estaré arrepentido por mi comportamiento injusto y porque luego supe que aquel viaje y la consulta del médico lo habían pagado con cinco mil pesetas que mi padre pidió prestado al ingeniero jefe de montes. Luego dio orden de que no lo devolviera así que no sé si fue un regalo o una limosna. Cunado fuimos a la clínica en la calle Muntaner cayó la tormenta más espectacular que he visto en una ciudad. El agua no se la tragaba la tierra como en los pueblos y corría calle abajo como un río. Nos refugiamos en un bar que se llamaba El pesebre hasta que pasó. Tenía la barra decorada con paja pegada con goma árabiga y toda ella parecía un pesebre y seguramente  había por las paredes aperos de labranza pero no me acuerdo. De lo que si me acuerdo, ya en la clínica,  es del rey de Arabia, que pasó por el vestíbulo hacia su consulta con su escolta de dignatarios vestidos con unas túnicas maravillosas, como las de los reyes magos que se veían en las cabalgatas de Madrid. Ahora que lo pienso he visto reyes dos veces, el otro fue el rey Balduino en la playa de Motril, que iba paseando solo,  con un traje azul, deportivo, eso sí. Al nuestro solo lo vi siendo  príncipe, así que no cuenta como rey.  Por tanto, estoy por encima de la media en cuanto a codearse con reyes se refiere. Debo ser una persona afortunada.  La clínica tenía suelos y frisos de mármol y en conjunto el espacio no me pareció que desentonara con reyes pasando por allí, que, desde luego, no sentaron a esperar como nosotros. Entraron tan decididamente y tan recto que parecía que ya sabían dónde ir. En las paredes había varias vitrinas llenas de ojos diseccionados en cortes diversos y sumergidos en un líquido transparente. Los miré todos uno a uno y la exposición me  pareció  muy interesante aunque de mal gusto y eso que no parecía restos de cadáveres sino objetos didácticos como las pobres fotos de los libros de texto de aquel tiempo.   Ya nos imaginábamos que  no me iba a ver el Doctor Barraquer en persona ni siquiera su hijo, que parece que tenía cita con el saudí aquel. El doctor que me atendió en la clínica se llamaba Litgow, era inglés o irlandes y hablaba castellano con un fuerte acento catalán. Decía eh que sí, en vez de a que sí como decimos por aquí. Me miró los ojos en varias máquinas y no recuerdo que nos dijera nada ni bueno ni malo pero nos dieron un cuadernito con el emblema de la clínica y dentro  había una receta y un disagnóstico en el que se apreciaba “sal y pimienta” en la retina que no me pareció de tan alto nivel como la fama de la clínica, sus mármoles y sus reyes. Después usé aquel cuadernillo  en mis visitas a otros médicos para que vieran que me habían tratado médicos de postín, que mi enfermedad no era cualquier cosa y que de alguna manera yo era un paciente ilustre: no me lloraban los ojos ni tenía orzuelos ni otras enfermedades vulgares. En la clínica del doctor Buigues, otro oftalmólogo famoso, tenían un mismo ambiente parecido al de la clínica Barraquer, donde mi caso uno parecía más científico que clínico. La clínica de la Concepción en cambio parecía más bien un hospital. A todos estos sitios me llevaron mis padres para evitar que perdiera la vista en plena adolescencia y no fuera un inútil como los tullidos que todavía abundaban por las calles o los ciegos que vendían cupones en las esquinas. Le debo a mi amiga Esperanza la advertencia de lo valientes que fueron  para hacer lo que hicieron por mí con toda  su pobreza pero también toda su dignidad. Algunas de estas cosas fueron sin duda en perjuicio de mis hermanas y nunca he encontrado el modo de devolverles la  parte que les tocaba a ellas. Las he querido mucho a las tres  pero nunca se lo dije a niguna y aunque sé que esta es la mejor forma de pago  me parece poco reconocimiento sólo decírselo.  
Después de la consulta visitamos a una familia que nos habían recomendado no me acuerdo por qué. Vivían en un piso diminuto, de charnegos, con mucho ladrillo visto y balcones con ropa tendida y olor a comida de olla exprés.  Como  se habían comprado un frigorífico, ya sabes, kelvinator, o Pingüino, querían deshacerse de una nevera pequeña como las de los hoteles, así que se  la regalaron a mi madre y allá que cargó con ella hasta la finca  en que vivíamos sin luz eléctrica  en el corazón de la Mancha.  El hielo nos lo traían cada dos o tres días desde Ciudad Real en aquellas barras que transportaban envueltas en sacos de rafia y que cada vez eran más pequeñas según pasaban los días. Llegaba cada tarde en  un autobús desvencijado que tenía por mal nombre “el talgo” debido a la socarronería manchega y, aparte de la radio, era el medio de comunicación de que disponíamos con el mundo exterior. En la puerta interior  tenía un bonito grifo de bronce para el desagüe del hielo que era el artilugio tecnológico más avanzado de la nevera, pero mantenía la fruta fresca. Como nadie tenía nevera por ellí  nos dio un cierto estatus que nos duró hasta que pudimos tener un televisor pequeñito que funcionaba con baterías de coche y que cundo se iba gastando la pila nos ofrecía unaimagen cada vez más pequeña u  luego se apagaba hacia el final de cada película dejando en pantalla una banda brillante  cada vez más estrecha hasta que se quedaba negra toda ella.   
Ahora que me lo recuerdas también anduvimos por el barrio gótico pero sólo tengo en la memoria  el color de las piedras y no disfruté porque íbamos con un tío de mi madre y su mujer a la que despreciaba y llamaba Hilaria aunque no se llamaba así, solo para insultarla. Yo me daba cuenta de todo, hasta de que el punto de vista  que ellos le daban al barrio era el de non sancto, una curiosidad para visitar de día y ver tiendas, que ya las había para turistas, pero no había más remedio que pasar por allí si se quería ver la catedral. En su conjunto a mí me pareció un barrio delicioso, como de otro tiempo o de otra ciudad distinta. 

 TEORÍA SOBRE ESPEJOS

Cuando Leoncio Venteo El  bueno tenía que recuperar una tarea aplazada empezaba diciendo: A ver, ¿cómo me llamo yo? – Me llamo Leoncio, se repondía. Esto era una vieja costumbre que adquirió a raiz de un problemilla ético que tuvo cuando estudiaba ingeniería en Deusto. La dureza de la disciplina que voluntariamente  se impuso en los estudios le llevó a querer anular la mitad de su personalidad, aquella que le empujaba a la pereza y la holganza  y que resultaba nefasta para cumplir sus objetivos académicos. Así que una noche cuando se acostó cansado de luchar con logaritmos binarios, decimales y de base E decidió confinar en una botella como si fuera un genio naligno de aquellos de las mil y una noches a esa parte de su personalidad que le era hostil y tenía que derrotar cada vez que se enfrentaba a las matemáticas y sus aplicaciones.  Pero lo hizo ya en duermevela y nunca supo qué parte había sometido al ostracismo de la botella, si la negtiva, la de la holganza o la positiva, la disciplinada. Por eso, al principio lo primero que hacía cada mañana al despertarse  era preguntarse quién era y más tarde ya tenía que hacerlo a menudo, cuando cambiaba de tarea. A ver, ¿Cómo me llamo yo? con la esperanza de que la respuesta  fuera “yo me llamo Leoncio Venteo, el Bueno, el disciplinado” Casi siempre acertaba porque tenía en general buena conciencia de sí mismo.  Pero no siempre porque a veces quien respondía era Leoncio Venteo El malo  diciendo que era El Bueno y no lo advertía hasta que  entre dientes añadía  “Leoncio Venteo, sí,  el padre de, o el marido de, o el profe de.  Entonces  Leoncio se daba cuenta de que  había caído en una trampa  por la que unas veces  era   un mister jeckil y otras un mister hyde que lo hacía imprevisible o falso o contrario como pasa con los espejos, que la mano derecha aparece como la izquierda y viceversa. Por eso  todos los pintores que se autorretratan parecen  zurdos siempre que tuvieran el pincel en la mano, claro.   Cuando   se  daban cuenta del error no lo podían arreglar porque tenían que pintar al revés todo lo que veían en el espejo, cosa que debe ser casi imposible como no sea para el cerebro de una mujer o de un hombre que padezca bilateralidad, que no sé si solucionaría el problema.  En los casos a los que me refiero, Leoncio Venteo  padecía por tanto una especie de zurdez mental; Leoncio el malo era  una imagen especular de Leoncio el bueno y como no había un espejo real para descubrir el efecto, nadie, ni él mismo,  sabía con toda seguridad quién era realmente,  si míster jeckill o míster hyde.  Con un espejo delante sería fácil: a ver: mister jeckil es el que mira al espejo y míster hyde el mirado,  aunque  no está tan claro: el del espejo está ostensible mirando al que mira al espejo. Mejor dejémolo, parece que aunque no esté claro  ya se  va entendiendo, ¿no? Con los personajes de Stevenson  era fácil,  cubro de pelo y le doy un aspecto bestial a mister Hyde y así el lector lo distingue pronto y bien del doctor Jeckill. En el cine el efecto es más patente.  Pero claro, Leoncio Venteo no bebía brebajes que le cambiaran de aspecto, por lo cual siempre parecía uno u otro...  Así que , como dije antes ni nadie ni él propio Leoncio Venteo sabía a ciencia cierta quién de los dos era, el bueno o el malo. 
Primero pensó en llevar siempre consigo un espejo de mano para verse la cara. Pero lo tuvo que descartar porque además necesitaría ponerse un pendiente a alguna de las orejas, lo que no arreglaría nada porque en el espejo aparecería al revés. Además, en aquel tiempo no estaba de moda que los chicos se pusieran pendientes (eran los tiempos en que se daba cuerda a los relojes).  Asi que vivió en una crisis de identidad durante muchos años, sobreviviendo con toda la dignidad que pudo hasta que inventaron  otros ingenieros como él “la nube”. Allí tiene almacenados todos sus documentos, perfiles, avatares, agendas, nicks y passwords incluso una copia en 3D del carnet de identidad que se puede volver del revés y ver el dorso. Desde entonces su iphone le despierta cada mañana diciendo “Buenos días , soy Leoncio Venteo El Bueno o El Malo (que esto es aleatorio) y no me voy a mirar al espejo”. Leoncio se fía porque poco a poco  ha llegado a ser sacerdote de la secta Apple aunque en el fondo de su corazón sigue fiel a linux (pervivencia de la doble personalidad de Leoncio). Se fía porque  las máquinas carecen de subjetividad. Lo malo es que el Iphone 10 ya será inteligente y tomará sus propias decisiones a la hora del despertador. Leoncio está aterrado porque a pesar de todo se lo comprará.
Ahora que miramos oscilar la sombra de los árboles en el asfalto
Y deducimos sabiamente y sin gran esfuerzo que corre una brisa suave que no vemos,
Ahora que notamos sin aparatos técnicos ni mayores estrategias de observación
que el sol no calienta demasiado ni demasiado poco
porque se filtra entre las hojas y nos alumbra al azar
ahora el ojo derecho, ahora el cuello de la blusa o el codo
como en el cuadro aquel de Renoir de gente bailando en el Moulin de la Gallette;
Ahora que estamos en sosiego, pensemos un poco en nosotros:
¿Hay alguna parte de nuestro cuerpo que nos duela insoportablemente?
¿Hay alguien que nos tenga doblegados fuertemente como una caña a punto de romperse?
¿Hay algún imbécil por aquí cerca que se ríe a carcajadas hablando por el móvil?
¿Hay niños soltando procacidades a los cuatro vientos mientras corren tras un perro o una pelota y las madres impertérritas saborean olorosos calamares fritos?
¿Acaso el camarero no nos ha servido discretamente, sin familiaridad excesiva
Como pretendiendo ser amigo nuestro de toda la vida
Ni como si tuviéramos que sentirnos culpables de tener un rato libre mientras él trabaja?
¿No es cierto que el café está bien caliente o la cocacola bien fría o que el vino parece haber sido destilado con la concurrencia de alguna página del libro de Omar Jayán?
Pues si es así y el sosiego es esto, hagamos algunos planes:
Por ejemplo, busquemos una palanca con la que podamos mover el mundo aunque sólo sea un poquito, tan poquito que los tontos necesiten máquinas que midan en manómetros para notarlo.
O digamos en voz alta una frase que haga temblar el aire como ésta que leí una vez:
“Ya que no podemos disponer de lo efímero, conformémonos con lo eterno”
que, si bien parece un epitafio no lo es porque resume toda la sabiduría
de los pitagóricos o de cualquier otra escuela, que eso da igual,
porque lo importante es decirla, hacerla verbo, golpear el tiempo.
O, ya que estamos en plan ñoño, ¿por qué no atrapamos ese diente de león que se arrastra entre nuestros pies y le damos un soplo alentador?
Podemos relacionar su viaje cercano y efímero con los futuros viajes a las estrellas.
Eso sí que será una tarea sobrehumana, es decir, planeada para nosotros…

Aunque, en defecto de todo, siempre podemos hacer un blog.
Ahora que estamos en sosiego y si éstas no te parecen propuestas seductoras
Seguro que tú puedes hacer otras a lo mejor más prácticas o aventureras .

¿Habrá algo que nos impida si no llevarlas a cabo, por lo menos pasar un rato divertido y luego, dentro de muchos años recordar lo tontos que fuimos pero lo bien que lo pasamos? 

Friday, April 22, 2016

Leoncio charla con su robot


Leoncio Venteo charla  con su robot

Leoncio Venteo tiene un robot. Es un robot moderno que no tiene brazos ni piernas ni cara de estúpido como C3po y se mueve  sin dar pitidos de colores chillones como R2d2.  Eso lo hacían los robots antiguos  de la época de la guerra de las galaxias. El robot de Leoncio tiene forma de tortilla de patatas para doce o  catorce personas  y  una base a la que acude a cargar las pilas y descansar cuando ha terminado la tarea. Es el típico robot esclavo y, como antiguamente pasaba con  todos los esclavos que no sabían griego, hace las cosas a regañadientes, con mil vacilaciones y rodeos, sin ese donaire que da la destreza ni la esperanza de obtener  ningún reconocimiento o recompensa.  Sin amor, al fin, ni a lo que hace ni para quien lo hace. A lo mejor es que está aburrido o desencantado porque su única tarea es barrer la casa.
Qué desperdicio, le dijo un día a Leoncio.Toda mi tecnología al servicio de barrer. Ten para eso un microchip de penúltina generación, que no me voy  a arrogar cualidades que no tengo, sensores ópticos y sistema de dirección y retroceso, sin hablar de mis rodamientos de plástico superresistente al rozamiento y ¡esas escobillas! esas escobillas rotatorias de mi alma que recogen hasta la más mínima mota de polvo, hasta aquella mota que se iluminaría en el aire  antes de caer al suelo como una estrella en los confines del universo al atravesar un rayo de luz  en una tarde de otoño si no fuera por mis escobillas rotatorias. Hasta esas las atrapo.
Te quejas de vicio, le dijo Leoncio. Mírame a mí que hasta tengo alma inmortal según los doctores de la iglesia y me afano en apartar con cuidado las sillas del comedor para que puedas entrar debajo de la mesa, que  te pongo balizas para que no te estrelles escaleras abajo, que te limpio con esmero tus maravillosas escobillas, te quito las alfombras de junto a la cama para que no se enreden tus ruedas en sus flecos...  y eso sin mencionar que no te he pisado jamás mientras ando por la casa mirando al techo como solemos hacer los intelectuales. Además trabajo, voy a la compra , lavo y plancho la ropa y no sé cuantas cosas más.
Vaya mérito el tuyo, dijo el robot, que me cuidas solo por tu interés, porque recoja las migas de pan que  caen de la mesa, la arenilla que traes en los zapatos y hasta las  bolisas, como tú las llamas, que se crían debajo de la cama o incluso en  tu ombligo. 
No empecemos con asuntos  personales, que cada uno tiene sus tareas y las hace lo mejor que puede y yo te reconozco todos tus méritos, no como tú, que más parece que sea yo tu robot de servicio que no tú el mío.
Acabáramos, esto es claramente una cuestión de clases sociales. Amos y esclavos, empresarios  y obreros. Asuntos personales no pero sociales sí. Ahí es donde todos se escquean, en lo personal, como si las sociedades no estuvieran nada que ver con las personas.
Con las personas sí, pero no con los robots.
¿Otra vez? a ver si aprendes el lenguaje políticamente correcto, hombre, que ya va siendo hora. Colaborador- técnico- doméstico, eso es lo que soy. Y de alta tecnología, que lo sepas, y no un robot de juguete de esos que andan como borrachos.  Que mi trabajo, aunque solo consista en barrer, genera plusvalía, plus-va-lí-a, Leoncio, como el obrero más pintado.
Comunista, que eres un robot comunista, eso es lo que eres. Anda vamos a tomar una cerveza.
Para mí en poco de tres en uno para la rueda delantera derecha, anda. O mejor aceite Johnson.

Saturday, August 15, 2015

Crónica de Galera



Yo no vine a Comala, digo a Galera, sino que me trajeron. En realidad casi me secuestraron porque me dijeron que Comala, digo Galera,  era un pueblo de Granada y  pensé que  podía ser un lugar interesante.  Galera está tan lejos tan lejos que  allí no llegan las ondas  de frecuencia modulada de la radio  y la televisión es en blanco y negro. En onda media solo se escucha a retazos Cuarto Milenio, el programa de Iker Jiménez hablando del misterio de una momia. La voz aparece y desaparece por momentos como si las ondas las transportara un  viento racheado más propio de los desiertos y las estepas que  de tierras de cristianos. Lo curioso es que moviendo el dial se escucha el mismo programa en francés y en árabe.  En la televisión solo se ven dos canales y en uno y otro aparece siempre a la misma hora  un presentador de telediario que fue “desterrado” a  Canarias  por dar una noticia desfavorable al gobierno, Pedro Macía se llama. Algunos dicen que alargaba con maestría de locutor   el acento de los adjetivos socialista y comunista hasta convertirlos en calificativos desdeñosos.  Pero en el poco rato que le escuché  no aparecieron. Viendo el telediario parece como si las ondas de la tele emitidas en los 70 en Madrid  hubieran elegido el camino más largo  y, dado la vuelta a la galaxia,  están llegando ahora a Comala, digo a Galera.  No se me ocurre otra explicación porque vi algo parecido en una película y en mi ignorancia de las telecomunicaciones me parece algo razonable.
Cuando nos acercábamos a Galera, cosa que no pasaba nunca porque siempre quedaban ochenta kilómetros, mi secuestrador me dijo, mira, allí está Galera.  Yo miré pero no vi nada, solo estepa y más estepa y al fondo pequeñas montañas con aspecto estepario.  Me pareció que en cualquier momento aparecería John Wayne arreando una caravana de carretas  o una punta de vacas polvorientas,  polvorientas las vacas y las carretas,  no John Wayne que, aunque acomplejado por tener nombre de mujer, se llamaba Marion,  siempre estaba perfectamente peinado y con la cara recién lavada.  Pero no, apareció  la torre de una iglesia o mejor la sombra de una torre rodeada de tejados grises que pertenecían a casas grises más o menos ordenadas entre calles grises, un gris claro que forma la estepa de yeso que se formó en el triásico y que el sol arranca destellos a los cristales que aparecen a flor de tierra.
Del antiguo lago que inundaba estas tierra solo quedan dos pequeños  ríos o arroyos grandes que confluyen bajo el Puente de Hierro, o mejor de su sombra, que sacó al pueblo de la edad del bronce.  Pero solo parcialmente, porque una parte de sus habitantes aún lo hacen en cuevas excavadas en el yeso como en aquellos tiempos en que  las pirámides de Egipto estaban en plena juventud.
Todas las sombras del pueblo me saludaron al llegar. La primera fue la de la vecina cotilla que por casualidad o mejor, por su virtud,  se llevó la primicia de nuestra llegada. La segunda fue la de la bodega de la casa y hacienda de mis secuestradores. La bodega es la sombra más perfecta del pueblo porque es la sombra de otras sombras. Al pisar el suelo , la primera sombra se removía como cuando se camina sobre un colchón de agua dejando la otra inquieta pero fija al suelo, quizá sobre otras mil capas  de sombra.  Allí  reposaban adosadas a las paredes  las sombras de las tinajas de barro cocido,  de los aperos, de la piquera  abierta a la calle, de los que se movieron entre el aire dulzón y picante de los mostos en fermentación.
En la planta noble de la casa un único objeto real; lo supe porque además de no proyectar sombra, un quinqué de techo de estilo modernista o decó, que nunca los distinguí, me besó en la frente con uno de sus adornos retorcidos y me dijo, aquí estoy, soy de hierro y cristal, mírame  y advierte que mi historia es tan larga como la más larga de cualquier sombra y mucho más noble: los objetos de mi generación aparecen  en los libros de historia del arte más conspicuos. En efecto, colgaba con toda la dignidad posible de uno de los revoltones del techo.  Yo le hice una pequeña reverencia y en señal de reconocimiento  familiar unas sueves cosquillas al remover la ruedecilla que hace subir y bajar  la torcida. Creo que me lo agradeció porque  emitió una luz  brillante aunque un poco fría como intentando respetar el silencio de las sombras.
La subida hacia la cámara por la escalera de manperlanes  de pino empezó a revelar  a los primeros escalones las sombras de los montones de maíz, patatas, higos secos y almendras de antiguas cosechas, sacos de fertilizantes y piensos; las cuentas de balances,  hechas en la pared por el antiguo administrador de la casa y hacienda y, en general, la sombra de una prosperidad sujeta al capricho del clima y  siempre al borde de la subsistencia.
Cuando mis secuestradores empezaron a perturbar mi paz moral  fue al plantearse qué se podría hacer para huir del calor estepario y examinadas todas las aternativas, se estimó como la más conveniente tomar unas cañas con sus tapas al caer la tarde, actividad que se prolongó hasta altas horas de la madrugada.  Mis principios no me permitían semejante disolución de costumbres, de ahí que sintiera alterada mi paz moral, expresión que a mis secuestradores les parecía exagerada y un tanto injusstamente acusatoria. Hasta las sombras borrachas de unas guiris borrachas ya entradas en años y que conducían un Porsche descapotable rojo y blanco se recogieron antes que nosotros todas las noches que duró mi cautiverio.
Otros métodos de tortura usados por mis secuestradores fueron el tomar café a las tres de la tarde en casa del Albino, que no era tal sino casi pelirrojo, hacer el viacrucis de semana santa a las seis de la tarde  y escuchar  la charla de la  encargada del museo local.
El  bar del albino, por supuesto carecía de aire acondicionado,  y probablemente tenía la sombra de un ventilador pequeñito y renqueante.  Estaba muy orgulloso según supe de no haber cambiado aún su cafetera de brazo actual por una automática  y hasta hace menos de veinte años tuvo una La Pavoni que hubo de retirar con gran dolor de su corazón porque  ya no encontró piezas de repuesto.  Las sombras de los jugadores de dominó y cartas , como buenas e insomnes sombras  se las notaba claramente inmunes a los rigores de los cuarenta esteparios grados del bar.
Haciendo la ruta del viacrucis que rodea un cerro de yeso llegamos a las cuevas donde vivían las sombras de la Chata y de la Trabuca, mujeres trogloditas que en su día fueron  robadas por sus  maridos con su consentimiento aunque sin tener donde pasar la noche de bodas ni las siguientes hasta tener el perdón del padre. Las sombras del hambre y de la historia.
Una peculiaridad del pueblo son los nombres de las cosas y de la gente. Cada nombre tiene su sombra: La Posá,  o bar Manolo se llama El Pollo, el bar El Cazador, El Miguel... La gente hace cosas como agramar y amajancar, a veces comen albercoques arrebolaos y otros desatinos.
La Chata y la Trabuca, El Arrastrao, Mediablusa, El Bazeño, el Miñarro y otros como los Venteo, son sombras de los nombres de las sombras que pueblan las calles y cuevas de Comala, o sea de Galera. Que dios les guarde.


Tuesday, May 05, 2015

Oración laica por Marifer Chamorro


Mientras que nosotros aún podemos sentir nostalgia de la nada
tú, Marifer,  ya has alcanzado el consuelo de lo eterno.
La pinza de plomo radiactivo te atenazó con toda su saña al final de tu   tiempo
pero antes te acarició el rostro la brisa del mar y de la montaña;
te humedeció la piel la niebla esteparia de todos los noviembres
y te la tiñó de bronce el sol de todos los veranos.
Tuviste como regalo los mejores amaneceres y los más bellos ocasos,
las tormentas más furiosas y  las  calmas más placenteras.
Tuviste amigos y familiares y junto con Guillermo dejaste dos testimonios,
Sara y Daniel, que nunca podrán negar ante un juez por venal que sea
que te vieron  más alegre que triste, más feliz  que desafortunada.
Los que estuvimos contigo tenemos otra frontera, otro vacío:
mientras que nosotros  aún podemos sentir nostalgia de la nada
tú ya has alcanzado el consuelo de lo eterno.

Saturday, June 21, 2014

Al principio fue el caos

Al principio y al final fue el caos


 A mis mejores y peores alumnos

Las primeras palabras de El Génesis  hablan de que al principio fue el caos.  Por eso se llama el Génesis. Lo que no dice es que después y ahora y siempre sigue siendo y será el caos.  Ordenar el caos es una actividad que se arrogaron los humanos en el momento en que tuvieron el cerebro suficientemente grande.  Esta arrogancia le molestó mucho a dios y la calificó como pecado de soberbia. Y nos echó del paraíso. Y es que lo es,  pues no es  cosa baladí; ordenar el caos,  nada menos, hay que tener cuajo para semejante tarea.  ¡Fuera de aquí! Nunca más podréis disfrutar de la sombra del árbol de la ciencia , dijo.  Pero bueno, sois  mentecatos y tercos y si queréis trabajar en esto, en descifrar 
la fórmula para ordenar el caos, os daré el pensamiento.  Allá vosotros. Y nos fuimos del paraíso con la única fibra textil del pensamiento que nos permitió tejer el vestido de la inteligencia.  En los primeros pasos que dimos supimos que el caos consiste en que cada cosa ocupa un lugar y el principio de orden es saber cual es el lugar de cada cosa. Esto es lo que llamamos ciencia. Saber por qué cada cosa ocupa un lugar y no otro es la filosofía y finalmente,  admitir  que ordenar el caos no es asignar lugares nuevos a cada cosa sino comprender ese caos, eso es la sabiduría. 
Pero, ¿somos sabios los profesores? O sea, ¿admitimos que ordenar el caos no es asignar lugares nuevos a las cosas? o, por lo menos , ¿enseñamos métodos para  comprender el caos y por tanto para que nuestros alumnos puedan ordenarlo mentalmente? ¿Intentamos formar sabios o solamente científicos?  He sabido este año  por nuestros alumnos de ciencias que no se les explica el principio de Heisenberg, que en palabra de Machado quiere decir más o menos  que nada es verdad ni mentira sino que depende del color del cristal con que se mira  y el de la navaja de Ockam, que dice que más o menos también  que para resolver un problema, la explicación más sencilla suele ser la correcta.  Pues yo sostengo que sin tener presente de alguna manera el principio de incertidumbre no se puede comprender una obra de arte, hacer un simple comentario de texto o comprender por qué se producen las corrientes de Foucault (mi profesor de fisica de bachillerato contestó  una vez que se producían porque dios lo habia querido así).

Aristóteles, que como todo el mundo sabe era un gran mistificador, nos enseñó a cambiar las cosas de lugar  asignándoles cajones y etiquetas, por ejemplo el de la física, el de la astronomía o la botánica y nos vendió la idea  (que en realidad solo   era un método de clasificar cosas) como un principio de ordenación del caos. Esos cajones todavía los conocemos como asignaturas y cada vez según avanza el currículo están más llenos de cosas, o mejor dicho de nombres, de palabras que designan a la cosa y que afortunadamente no son la cosa, porque la cosa todavía está y estará siempre formando parte del caos independientemente de en qué cajón pongamos su nombre.  Aunque a los ojos de dios siga siendo un pecado de soberbia, es vuestra tarea intentar  comprenderlo. ¡A ver cómo lo hacéis, con las malísimas herramientas que os damos! Cuidado con romperse un dedo o quemarse las pestañas.  Porque si no estáis dispuestos a cometer este pecado, ¿qué otros merece la pena cometer?

Wednesday, August 20, 2008

Poderes


Aunque nunca lo he confesado, uno de mis poderes es el de la adivinación del futuro. Pero ya que me lo pregunta.. Es un don que heredé de mi abuela que si bien tenía varios los perdió cuando un día mató una culebra. A mí solo me transmitió uno que además tiene un carácter peculiar porque no puedo adivinar lo que va a pasar sino lo que no pasará. A ver si me explico bien. Mi facultad consiste en que si quiero que algo no pase , me lo imagino con toda clase de pelos y señales y sencillamente no pasa. No quiero decir que alguno de los detalles que he inventado no se cumpla o que aparezcan desordenados, no, es que no pasa el hecho en sí. Un ejemplo: cuando me enfrento a un examen y ya tengo la hoja en blanco y el bolígrafo preparado pienso : ahora el profe nos dará una fotocopia y nos pedirá que contemos la batalla de Waterloo, contexto, causas y consecuencias. Naturalmente, elijo este tema porque no tengo ni una remota idea de cómo ni por qué pasó lo que pasó en aquel lugar. Pues bien, la pregunta no es que aparezca como “La batalla de Waterloo: participantes y resultados”, no, simplemente no sale. No está en la lista de preguntas. Y todo porque yo conjuré la suerte, yo creo que la voluntad de la profesora de historia, para que no me tuviera que meter en aquel jardín de explicar racionalmente cómo en dos días de batalla se produjeran más de cien mil bajas entre los franceses y sus enemigos. ¿ habrá algún libro que realmente pueda explicar esto de forma racional ? Yo creo que es imposible, así que pasé de estudiar el tema por ahorrarme las tonterías que seguramente dicen, y como no me apetece que me suspendan pues ... En eso consiste mi poder y admito que lo manejo a menudo , pero es que en los exámenes nos piden unas cosas...
¿Y cuales eran los poderes de tu abuela, si puede saberse?
Ah, los poderes de mi abuela eran mucho menos prácticos. Quiero decir que estaban, no sé, como entre la poesía y la magia, ¿me entiende? Por ejemplo, mientras dormía podía hacer que la colcha se enrollase sobre sí misma como una alfombra, pero desde un pico, no desde un borde, hasta acabar en el opuesto y aparecer de pie, apoyada en un rincón de la habitación. Luego, por la mañana, tiraba del pico y la desenrollaba con toda facilidad sobre la cama.
Bueno, también tenía un valor práctico, ¿no?
Bien mirado, sí, pero ella no lo hacía aposta, quiero decir que se maravillaba por la mañana de encontrar así la colcha como si no hubiera sido ella quien se lo hubiera mandado hacer, quiero decir a la colcha. También podía ver luces que viajaban por el río y subir a la copa de los chopos y conversar tranquilamente con su madre aunque era totalmente sorda.
¿Y, cómo fue aquello de la culebra?
Pues fue que mi abuela, que tenía una huerta arrendada en La Tobilla un día mientras regaba los pimientos y los tomates le dio un golpe con la azada a una culebra que merodeaba por allí y la mató.
¿Y?
Pues que el hortelano que le arrendó la huerta fue quién le transmitió los poderes un día que le dijo, María tu verás maravillas, pero si ves alguna vez una culebra cuídate mucho de tocarla siquiera. Sin embargo si quieres hablar con ella, puedes hacerlo, eso sí, con todo respeto.
¿Y?
Pues que la culebra es como un totem, todo el mundo lo sabe, un protector o más bien facilitador . Si matas al tótem te quedas no sé como huérfano. El profe de física les llama catalizadores, pero se refiere a productos químicos solamente, si los profes tuvieran la mente más abierta...
Volviendo al tema de la adivinación, ¿Es así como sacas esas notas en todas las asignaturas?
¿Cómo?
Pues como tú dices, conjurando la voluntad de los profesores.
Bueno, más o menos.
¿También influyes, por decirlo de alguna manera en lo que explican y en lo que no?
Ah, no, no podría ser tan borde.¡Cómo les voy a limitar su libertad de cátedra como ellos dicen! Además, cómo podrían disfrutar de su trabajo si no pudiesen contar todo lo que saben, pobrecillos.
Entiendo, bueno, mira te he llamado porque tu tutora, Concha Espinosa, me ha dicho que hablara contigo por si querías entrar en el programa de sobredotación intelectual, pero me da la impresión, así, sin más evaluación psicopedagógica, de que no te va a interesar mucho, así que.. Ya hablaré yo con ella, ¿vale?

Friday, April 06, 2007

La república de las gallinas o Esplendor y ocaso del gallo Tadeo



En mi casa tenemos un corral de gallinas. También tenemos almendros, pinos piñoneros, chopos y setos, membrillos que mi padre cambia por patatas o por lo que sea y un laurel gigante que parecería la torre de la iglesia si mi casa fuera una iglesia. También tenemos una piscina y un horno para asar cordero de Segovia, que según parece, este cordero sólo se puede comer si se asa en ese horno y se reúnen quince o veinte personas. Supongo que también tenemos donde dejar las bicicletas y los juguetes por ahí tirados sin que molesten mucho porque no nos dan demasiado la lata con eso de recogerlo todo. Pero lo más importante de todo es el gallinero. Me han dicho los mayores que las gallinas tienen una organización social y política parecida a la de las personas y que antiguamente, una república era cualquier organización útil para mantener la paz y la concordia. Por eso quería yo hablar de la república de las gallinas; porque como ya soy un poco mayor, me he dado cuenta de que en mi casa tenemos una organización sí, pero no parece que sea como la de las gallinas. Nosotros funcionamos de otra manera, creo.

Resulta que en mi república de las gallinas, o sea en mi corral, hay diez o doce gallinas y dos gallos. Son los gallos de la saga de los Tadeos, o sea Tadeo padre y Tadeo hijo que a su vez han sido hijos de otros gallos que por comodidad nuestra también se llamaban Tadeo. Es que, cuando un gallo es todavía jovencito se le distingue bien de su padre y se puede llamar tranquilamente Tadeo hijo, pero cuando se hace mayor ya no es tan fácil, porque aunque las gallinas viven con nosotros no vivimos juntos, y las relaciones son distantes aunque cordiales. Como sucede que sin que tenga yo una explicación coherente hasta ahora , uno de los dos desaparece, siempre queda otro que, como es natural, pues se llama Tadeo. Así que siempre hay como mínimo un Tadeo. La saga de los Tadeos.

El problema es cuando hay más de uno y esta es la cuestión que relaciona la república de las gallinas con la necesidad aparente de la existencia en mi corral de un solo Tadeo.

Por lo que he podido colegir hasta ahora y he consultado todas las fuentes a mi alcance y espiado conversaciones y movimientos, todo parece indicar que no puede haber una república gallinácea con más de un gallo, llámese o no Tadeo, que esto a todas luces es irrelevante . Las pruebas más contundentes las he reunido en mis últimas observaciones. Sucedió que mientras Tadeo hijo andaba casi por al año de edad le creció una cresta roja y enhiesta como la de mi hermano mayor y se le iluminaron las plumas de las alas con irisaciones de los siete colores. Además, la cola se le extendió como un abanico negro y se dispuso a usarla para emitir señales como las coquetas de antaño según dice un manual antiguo de relaciones sociales que tiene madre en un arcón. Pero lo mejor de todo es que le aparecieron en las patas unos lindos espolones parecidos a los del velociraptor que tengo en mi baúl de dinosaurios, monstruos galácticos y héroes de la maldad cósmica. Este último hecho no carece de importancia porque noté que usaba los espolones con gran destreza para doblegar a las gallinas más jóvenes cuando Tadeo padre estaba distraído picoteando por aquí y por allá. En estos casos, dejaba su recreo con gran alarma de revuelos y carreras y perseguía con saña a Tadeo hijo por campo abierto hasta debajo del seto o allá donde se escondiese y le propinaba unos buenos picotazos en la cresta. La situación se prolongó algunas semanas con evidente menoscabo de la paz y orden republicanas: unas veces parecía que habíamos sufrido un ataque de alguna zorra de la Atalaya y otras que se había eclipsado de pronto el sol, tal era el griterío que organizaba el coro de gallinas ante la violenta desatada. No tengo bien contrastado este último dato, y espero que no sea fruto de mi malevolencia, pero hay indicios de las gallinas asumían con cierta complacencia la rivalidad entre Tadeo hijo y Tadeo padre, sobre todo cuando aquél plantó cara en campo abierto a su padre y se enfrentaron dando algunos saltos al aire sin llegar a las manos, quiero decir a los espolones.

Parece ser que, según se explica en la clase de cono, ninguna organización social es totalmente autónoma: al lado hay otras, como mi familia, que se ven afectadas por algo que mi seño llama el efecto mariposa. Yo no sé que tendrá que ver, pero ante tamaño desorden en el gallinero mi padre, que según me enseñan sería algo así como el departamento de exteriores del estado dominante, aprovechando que nos visitaban los abuelos decidió intervenir en la regulación política de la república de las gallinas de una manera aparentemente incomprensible: comeríamos arroz con pollo. Aprovecho para decir que las relaciones causa - efecto en el mundo de los mayores no se producen igual que en la clase de conocimiento del medio. Allí los ejemplos están bastante claros aunque a veces vengan cogidos por los pelos, pero en el mundo de los mayores se requieren observaciones más amplias que ayuden a sacar conclusiones que, sin embargo, no siempre resultan evidentes. En resolución, que para comer arroz con pollo, mi padre atrapó con una sacadera de su equipo de pesca a Tadeo padre, lo metió en un saco infamante como un delincuente ya ejecutado y con esta sencilla aunque lúgubre ceremonia fue destronado o destituido como pontífice máximo. Naturalmente esto implicaba la ascensión automática al poder supremo de Tadeo hijo. Pero en el mundo de los mayores las cosas no son tan sencillas. Cuando mi abuela se acercaba al saco con una balde de aguar hirviendo para proceder al procesamiento del cuerpo de la víctima, Tadeo padre, de un salto más que notable se escapó del saco y corrió a esconderse entre el seto. Cundió la desolación por la cocina aunque me consta que algunos, y juro que yo no fui uno de ellos, se alegraron de la perspectiva de que la intendencia familiar tuviese que optar por llamar a telepizza para solucionar el problema.

Una organización política con experiencia y buen hacer necesita recurrir en estos casos a tácticas y estrategias para conseguir sus fines. Nosotros somos gente civilizada, no como otros que las primeras acciones que se les ocurren son las más devastadoras. La situación no aconsejaba declarar proscrito a Tadeo Padre y que allá se las hubiesen los aliados ni mucho menos invadir el gallinero inocente. Las gallinas fueron liberadas del gallinero para que campasen a sus anchas y atrajesen fuera del seto a Tadeo padre. Pero este, que sabía más por viejo que por gallo, hizo la vista gorda ante las provocaciones que Tadeo hijo le infería sometiendo en su presencia y hasta el atardecer a cuantas gallinas quiso. Sin embargo cuando empezaron a retirarse hasta el gallinero, Tadeo padre empezó a dudar. No soportaba que Tadeo hijo organizase la retirada y acomodación de su feligresía en los palos del gallinero sin ambages y se aprestase a pasar la noche en un lugar preferente: su lugar. Así que bonitamente, salió del seto, dio unas cuantas vueltas como disimulando y, ya cerca del gallinero, emprendió una carrerita muy digna y se colocó en su puesto de mando. Justo en ese momento le cayó encima por segunda vez la sacadera y le llegó el doble ocaso: el del día y el de su esplendor de gallo patriarca. Yo me llamo Genaro y a mi seño de Cono no le puedo contar estas cosas porque dice que divago.