Petra la botera
“Sardinas frescas a tres pesetas en casa de la Petra”, cantaba el pregonero por las esquinas después de tocar la corneta. Cuando oía el pregón yo sabía que se trataba de Petra la botera que era el nombre por la que se la conocía en el pueblo. De espíritu emprendedor, ya antes de la guerra aprendió a coser botas para el vino que venía de la Mancha en largas recuas atravesando los cerros a lo largo de la ribera del río Guadalmena. Recibía de un recovero las pieles de cabra ya curtidas, las cortaba de acuerdo con un patrón de cartón y las cubría de pez. Luego las cosía con mucho cuidado y les añadía el brocal y las trenzas para llevarla en bandolera. Luego, el mismo recovero las recogía y le pagaba a tanto la pieza. Después de la guerra, Petra la botera tuvo que cambiar de oficio. A causa del bloqueo económico de los primeros años del franquismo el café desapareció de las tiendas de ultramarinos y los estraperlistas que se movían por Sierra Morena traficaban con productos más necesarios. Subían a La Mancha con aceite y bajaban con pan blanco. El café era un lujo innecesario y más arriesgado. Así que; Petra la botera, al tanto de los buenos negocios, puso en la cámara de la casa de la calle Maguillo su factoría de café. Hacía miles de bolitas de masa de pan, aplanaba una de sus caras y les daba un pequeño corte con el cuchillo. Después las tostaba en la sartén hasta que parecían granos de café torrefacto. Aquel negocio fue el inicio de su tienda de ultramarinos , un sueño de juventud que se cumplió pronto y que le hizo ser tendera toda su vida. Tuvo dos locales, el primero frente a “La Cumbre” en el que vendía frutas y verduras y auténticos ultramarinos aunque sobre todo productos nacionales. De la jamba colgaba los racimos de plátanos y junto a la puerta se amontonaban en orden las cajas de frutas y los sacos de legumbres como en todas las tiendas. Después tuvo otro más moderno, ya en propiedad con un escaparate que permitía tener todos los productos en el interior. Tenía un alto mostrador con caja registradora y guillotina de cortar el bacalao y estanterías al fondo. Por aquellos tiempos, Petra la Botera ya era una mujer rica. Era la rica de la familia. Como se pasaba el día tras el mostrador, su hermana, la María de César algún día a la semana bajaba a hacerle las haciendas de la casa, encima de la tienda. A cambio, Petra la botera le vendía barata la ropa que desechaba y le hacía un pequeño descuento en las compras o le regalaba verduras ajadas que tenía para tirar en una caja apartada. Sin embargo, la prosperidad de su tienda no le permitió nunca dejar de ser conocida para siempre como Petra la botera.