Leoncio Venteo charla con su robot
Leoncio Venteo tiene un robot. Es un robot moderno que no
tiene brazos ni piernas ni cara de estúpido como C3po y se mueve sin dar pitidos de colores chillones
como R2d2. Eso lo hacían los
robots antiguos de la época de la
guerra de las galaxias. El robot de Leoncio tiene forma de tortilla de patatas
para doce o catorce personas y una base a la que acude a cargar las pilas y descansar cuando
ha terminado la tarea. Es el típico robot esclavo y, como antiguamente pasaba
con todos los esclavos que no
sabían griego, hace las cosas a regañadientes, con mil vacilaciones y rodeos,
sin ese donaire que da la destreza ni la esperanza de obtener ningún reconocimiento o recompensa. Sin amor, al fin, ni a lo que hace ni
para quien lo hace. A lo mejor es que está aburrido o desencantado porque su
única tarea es barrer la casa.
Qué desperdicio, le dijo un día a Leoncio.Toda mi tecnología
al servicio de barrer. Ten para eso un microchip de penúltina generación, que
no me voy a arrogar cualidades que
no tengo, sensores ópticos y sistema de dirección y retroceso, sin hablar de
mis rodamientos de plástico superresistente al rozamiento y ¡esas escobillas!
esas escobillas rotatorias de mi alma que recogen hasta la más mínima mota de
polvo, hasta aquella mota que se iluminaría en el aire antes de caer al suelo como una
estrella en los confines del universo al atravesar un rayo de luz en una tarde de otoño si no fuera por
mis escobillas rotatorias. Hasta esas las atrapo.
Te quejas de vicio, le dijo Leoncio. Mírame a mí que hasta
tengo alma inmortal según los doctores de la iglesia y me afano en apartar con
cuidado las sillas del comedor para que puedas entrar debajo de la mesa,
que te pongo balizas para que no
te estrelles escaleras abajo, que te limpio con esmero tus maravillosas
escobillas, te quito las alfombras de junto a la cama para que no se enreden
tus ruedas en sus flecos... y eso
sin mencionar que no te he pisado jamás mientras ando por la casa mirando al
techo como solemos hacer los intelectuales. Además trabajo, voy a la compra ,
lavo y plancho la ropa y no sé cuantas cosas más.
Vaya mérito el tuyo, dijo el robot, que me cuidas solo por
tu interés, porque recoja las migas de pan que caen de la mesa, la arenilla que traes en los zapatos y
hasta las bolisas, como tú las
llamas, que se crían debajo de la cama o incluso en tu ombligo.
No empecemos con asuntos personales, que cada uno tiene sus tareas y las hace lo
mejor que puede y yo te reconozco todos tus méritos, no como tú, que más parece
que sea yo tu robot de servicio que no tú el mío.
Acabáramos, esto es claramente una cuestión de clases
sociales. Amos y esclavos, empresarios
y obreros. Asuntos personales no pero sociales sí. Ahí es donde todos se
escquean, en lo personal, como si las sociedades no estuvieran nada que ver con
las personas.
Con las personas sí, pero no con los robots.
¿Otra vez? a ver si aprendes el lenguaje políticamente
correcto, hombre, que ya va siendo hora. Colaborador- técnico- doméstico, eso
es lo que soy. Y de alta tecnología, que lo sepas, y no un robot de juguete de
esos que andan como borrachos. Que
mi trabajo, aunque solo consista en barrer, genera plusvalía, plus-va-lí-a,
Leoncio, como el obrero más pintado.
Comunista, que eres un robot comunista, eso es lo que eres.
Anda vamos a tomar una cerveza.
Para mí en poco de tres en uno para la rueda delantera
derecha, anda. O mejor aceite Johnson.